Fernando el Católico concede el título de ciudad a Alicante en 1490 por sus valerosos servicios en la guerra de Granada y porque «Alicante estaba en el paraje muy importante del reyno y para cargar y descargar mercaderías por tener tal y tan buena y segura playa y muelles«, haciendo, de este modo, cumplido homenaje al Puerto de Alicante.
Los ataques de los piratas bereberes motivaran en las siguientes décadas la edificación de atalayas a lo largo de la costa que se extiende desde Santa Pola a El Campello. En este período de fortificación defensiva, se realza la importancia militar del Castillo de Santa Bárbara y las condiciones defensivas de la ensenada de Alicante, que favorecen el desarrollo del Puerto de Alicante como gran centro comercial.
Este impulso anima a que muchos mercaderes de Cartagena, así como genoveses y milaneses, se asentaran en la ciudad, impulsando su crecimiento y haciendo que la población se duplique en poco más de cuarenta años, pasando de las 600 casas censadas en 1519 a las 1.100 viviendas en 1562.
En 1582 se amplía otros 50 pasos el muelle y se construye a pie de playa la Casa del Rey por orden de Felipe II como depósito para la sal de Torrevieja. Así mismo, es en este año donde se produce la canalización para dotar al puerto de agua potable.
Alicante se convierte en una plaza comercial desde la que se canalizará la exportación de diferentes materias y productos elaborados tanto en la comarca de L’Alacantí y el resto de la Provincia de Alicante como de diversos puntos de una España que vive su época de oro tras la expulsión de los moriscos y la posterior expansión colonial a Las Américas.
Entre las mercancías que utilizan Alicante como base para su exportación comercial por el mediterráneo y Europa destacan la almendra con destino a Flandes e Inglaterra, arroz, lana, seda, sal, sosa y barilla, junto a otros productos típicamente artesanales del comercio alicantino como el esparto, uvas pasas, higos, jabón duro, así como el codiciado vino de la huerta de Alicante y el afamado fondillón destinado a Inglaterra, Escocia, Flandes y el Rhin. Al mismo tiempo, el puerto se convierte en punto de importación de brocados, terciopelo, telas de oro y seda, papel y armas.
Tal es la importancia que adquiere el Puerto de Alicante en esa época, que Felipe II llega a decir una frase que bien sirve para dimensionar el valor estratégico que tenía el Puerto de Alicante para la Corte:
Más importa conservar a Alicante que a Valencia, porque perdida Valencia, lo que Dios no quiera, se pierde ella sola, y perdida Alicante, se pierde Valencia y Castilla».
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